¿Qué es lo que pensás hacer con tu única salvaje y preciosa vida?

Mary Oliver (1935–2019) fue una poeta estadounidense conocida por una escritura íntima, luminosa y profundamente conectada con la naturaleza. Su obra se distingue por un lenguaje sencillo pero cargado de contemplación, donde cada objeto natural —un árbol, un ave, una laguna— se convierte en puerta hacia preguntas existenciales: la belleza, la muerte, la atención plena y el lugar del ser humano en el mundo.

Su poesía propone una desobediencia suave: la rebeldía de mirar lo pequeño, desacelerar, sentir. Frente a una cultura acelerada, Oliver se atreve a detenerse. Ese gesto, aparentemente mínimo, es político: reivindica la sensibilidad y el asombro como formas de resistencia.

Selección de poemas

UN DÍA DE VERANO (MARY OLIVER)

¿Quién hizo el mundo?

¿Quién hizo al cisne y al oso negro?

¿Quién hizo al saltamontes?

Me refiero a este saltamontes,

el que saltó del pasto,

el que ahora come azúcar de mi mano,

que mueve la mandíbula para atrás y adelante en vez de para arriba y para abajo:

el que mira para todos lados con sus ojos enormes y complicados.

Ahora levanta sus antebrazos pálidos y se limpia con esmero la cara.

Ahora abre de golpe las alas y se va flotando.

Yo no sé exactamente qué es rezar.

Sé prestar atención, sé caer

al pasto, sé arrodillarme en el pasto,

estar sin hacer nada y sentirme bendecida, caminar por el campo,

que es lo que estuve haciendo todo el día.

Decime, ¿qué más tendría que haber hecho?

¿Acaso al fin no muere todo, y demasiado pronto?

Decime, ¿qué pensás hacer

con tu única vida salvaje y preciosa?

Gansos salvajes

No tenés por qué ser buena.
No tenés por qué caminar de rodillas
cientos de kilómetros a través del desierto, arrepintiéndote.
Solamente tenés que dejar que el suave animal de tu cuerpo
ame lo que ama.
Contame del dolor, tu dolor, y yo te contaré del mío.
Mientras tanto, el mundo sigue girando.
Mientras tanto, el sol y los nítidos cristales de la lluvia,
atraviesan los paisajes,
las llanuras y los bosques profundos,
las montañas y los ríos.
Mientras tanto, los gansos salvajes, en lo alto del cielo, puro y azul
vuelven a casa otra vez.
Quienquiera que seas, no importa cuán sola estés,
el mundo se ofrece a tu imaginación,
te llama como los gansos salvajes, áspero y apasionado,
anunciando una y otra vez tu lugar
en la familia de las cosas.

Los girasoles

Vení, acompañame
al campo de girasoles.
Sus rostros son discos pulidos
sus espaldas secas
crujen como mástiles
sus hojas verdes
tan pesadas y tantas
llenan su día con el pegajoso
azúcar del sol.
Vení, acompañame
a visitarlos,
son tímidos
pero quieren ser nuestros amigos;
tienen historias increíbles
de cuando eran jóvenes —
del clima importante
de cuervos revoloteando.
¡No tengas miedo
de preguntarles cosas!
Sus caras brillantes
que siguen al sol
van a escucharte, y todas

esas filas de semillas —
¡cada una dará una vida nueva! —
desearía comprender más profundamente;
cada uno de ellos, aunque está en medio
de una multitud, es
un universo aparte
está solo, y no es fácil
el lento trabajo
de convertir sus vidas
en celebración. Vení
conversemos con esos rostros humildes
su ropa sencilla de hojas,
sus gruesas raíces en tierra
ardiendo, tan erguidas.

En un mundo que exige velocidad, productividad y ruido, Mary Oliver eligió detenerse, mirar y escuchar. Su poesía prueba que existir con atención es un acto radical, un gesto que desafía la apatía y recupera la sensibilidad perdida. No levantó banderas ni gritó consignas: simplemente defendió la vida salvaje de cada instante. Quizás su mayor enseñanza sea esa: desobedecer no siempre implica romper, a veces basta con mirar el musgo, el río y al pájaro que pasa, y decidir que la belleza importa.

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